Hoy es rutinario,
pero la tarea era todo un reto moral para la puritana Europa decimonónica. El
médico francés René Laënnec tenía que comprobar, en 1816,
el ritmo cardíaco de una joven paciente con palpitaciones a la que tocar los
pechos habría servido de poco debido a su “gordura”. Además, el doctor
consideró que la opción de aplicarle la oreja directamente era “inadmisible por
la edad y el sexo” de la enferma. La ingeniosa solución que encontró René
Laënnec (1781-1826) para salir del pudoroso apuro fue enrollar su cuaderno y
acercar un extremo al busto de la paciente y otro a su oreja. El apaño funcionó
y el doctor pudo oír el pulso cardíaco de la joven. Él mismo describió la experiencia
en su De l'Auscultation Médiate: “No me sorprendí ni me alegré poco al
encontrarme con que podía percibir la acción del corazón de un modo mucho más
claro y distintivo que nunca antes mediante la inmediata aplicación de la
oreja”. Voilà! La medicina había cambiado para siempre con el nacimiento
del estetoscopio. Hoy, cuando se cumplen 235 años del nacimiento
del visionario médico, Google lo homenajea con un doodle.
Tras la prematura muerte de su madre por tuberculosis, René
Laënnec y su hermano quedaron al cuidado de su padre, un funcionario con fama
de hacer gastos excesivos. El estallido de la Revolución
Francesa hizo que el futuro doctor, entonces de 12 años, dejara su
Bretaña natal y se fuera a vivir a Nantes con su tío Guillaime-François, un
médico que alentó los estudios del joven, que empezaron cuando solo tenía 14
años.
El sueño de René
Laënnec de convertirse en doctor estuvo más cerca cuando, con 20 años, su padre
le dio 600 francos: el joven recorrió más de 300 kilómetros a pie para llegar a
París. Al llegar, se matriculó como estudiante en el prestigioso hospital
Charite, donde tuvo como profesor a Jean-Nicolas Corvisart (que posteriormente
fue el médico personal de Napoleón Bonaparte). El enfoque de René Laënnec a la
medicina consistía en seguir un sencillo principio: “Lee poco, observa mucho,
haz mucho”. Se concentró así en detectar los síntomas de los pacientes y relacionarlos
con su enfermedad.
En la primera década
del siglo XIX ya se había granjeado cierto renombre y había empezado a publicar
en prestigiosas publicaciones médicas. Fue precisamente al final de este
decenio cuando la tuberculosis se volvió a llevar a un miembro de su familia:
su hermano. René Laënnec, sin embargo, parecía negarse a aceptar su propia
enfermedad y creía que ciertos síntomas respiratorios que padecía se debían al
asma. Pero la realidad se impuso y la tuberculosis se llevó también su vida cuando
tenía 45 años.
Si bien su ambición
era trabajar en una institución importante, aceptó una oferta de empleo en el
no muy reverenciado Hospital Necker. Fue allí donde una joven con palpitaciones
requirió un día su diagnóstico y terminó por cambiar la medicina al diseñar, de
manera rudimentaria, el que hoy está considerado como el primer aparato que
permitió explorar el interior del cuerpo de forma no invasiva. Pero el invento
(inicialmente, un cuaderno enrollado) se ha ido haciendo más sofisticado en sus
100 años de historia. El cilindro de papel se convirtió en madera y,
posteriormente, en la segunda mitad del siglo XIX, ya era flexible y tenía dos
auriculares. Hoy, niños de todo el mundo reciben una piruleta de su pediatra si
se portan bien cuando les dice: “Inspira, espira”.
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